14 abril, 2017

Meditación espiritual sobre el viernes Santo

Hoy empezamos propiamente la celebración de "la Pascua", de "el Paso" o tránsito de Jesús, a través de la muerte a la "Vida Nueva", a la Gloria.

No celebramos sólo la muerte. Celebramos el paso del Señor al Padre, que es al mismo tiempo muerte y resurrección, humillación y exaltación, aparente derrota y victoria definitiva.

Ambos aspectos los celebramos como una gran unidad: la memoria de la muerte está ya impregnada de esperanza y de victoria. La gran Vigilia de la noche de Pascua, al anochecer del Sábado Santo, "la Noche entre todas las noches" recordará no sólo la resurrección sino todo el dinamismo del paso de la muerte a la vida: "Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado", proclamará el prefacio de Pascua.

Y con Él, que nos abre el camino, también nuestro paso de este mundo al Padre. Jesús nos abre el camino, y como Buen Pastor nos toma sobre Él y nos arrastra hacia el Padre, arrancándonos del poder del pecado y de sus consecuencias en nosotros y elevándonos con Él al Padre.

Según una tradición muy antigua en la Iglesia, ni hoy ni mañana se celebra la Santa Eucaristía (aunque actualmente podemos recibir hoy la Sagrada Comunión). En su lugar, esta tarde, hacia la hora que murió el Señor, tiene lugar la celebración de La Pasión del Señor. Lo que domina la liturgia de hoy es "la Cruz", signo de sufrimiento y de humillación pero también de amor, de victoria definitiva y de salvación. Cristo Jesús, como Sumo Sacerdote y en nombre de toda la humanidad, se ha entregado voluntariamente a la muerte para salvar a todos.

Hoy y mañana están marcados por la "austeridad" y el "ayuno". Pero no ya como signo penitencial (la Cuaresma terminó el Jueves Santo), sino como participación en el Tránsito Pascual de Cristo. Ayunamos hoy, Viernes Santo, pero la Iglesia recomienda prolongar este ayuno hasta la comunión eucarística de la Vigilia Pascual. Este ayuno es signo de que la comunidad cristiana sigue la marcha de su Señor, lo acompaña tras Él, a través de la muerte. Es un ayuno "lleno de esperanza" que desembocará en el inmenso gozo pascual de la Resurrección. La práctica antigua del ayuno consiste normalmente en consumir una sola comida al día para dedicarse a la escucha de la Palabra de Dios y a la oración comunitaria

Un aspecto de este ayuno es la ausencia de celebraciones sacramentales en estos dos días. La comunidad ora, celebra la Pasión y la Cruz del Señor, se reúne para la alabanza de la Liturgia de las Horas,  para la meditación, como es el caso del Vía Crucis,  pero no celebra los sacramentos (excepto la confesión y la unción de enfermos si es necesario). La Iglesia "ayuna" obedeciendo a su Señor que nos dijo: "llegará un día en que se lleven al novio, entonces ayunarán". Esta austeridad se manifiesta también en el carácter sobrio de las celebraciones. No hay flores, ni incienso, ni música, el altar está despojado, el sagrario abierto y vacío.

Mañana en la Solemne Vigilia de Pascua, volverán las flores, las luces, las campanas, la música... y en proporción mayor a ninguna otra fiesta. ¡Y la fiesta durará 50 días!

El color litúrgico de este día es el rojo. Si lo es para los mártires, ¡cuánto más habrá de serlo para el Rey de los mártires

Desde la celebración de la muerte del Señor, por la tarde, ya no hay adoración de los fieles al Santísimo. El Señor no está, ha muerto.

Permaneceremos unidos en oración, junto a la Madre Dolorosa, a quien en este día hemos sido entregados, por su Hijo, a ella como hijos y ella a nosotros como Madre acogiendo conmovidos el don de nuestra Redención y esperando  la resurrección del Señor.

Unidos en adoración silenciosa y agradecida ante la Cruz: AC

Padre AC de AyunoXti
www.ayunoporti.es

12 abril, 2017

La grandeza de la Eucaristía

Muchos cristianos se han rendido a la rutina de la celebración eucarística y lo demuestran muchos comentarios sobre si el sacerdote es más aburrido, lento o antipático, datos absolutamente irrelevantes si sopesamos el profundo significado que tiene la celebración de la Eucaristía.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que  Jesús “instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (CIC 1323).

Quiero destacar dos aspectos muy importantes con respecto a la Eucaristía con motivo de esta semana Santa y especialmente de este jueves, en el que recordamos la institución de la Eucaristía por nuestro Señor Jesucristo: lo que significa Eucaristía y qué sentido tiene que sea un memorial.

La Eucaristía, un portal en el tiempo

Es de gran ayuda conocer el rito judío para entender y apreciar muchos matices (y no sólo matices) sobre el significado de lo que hizo Jesús. En el rito judío de la cena pascual estaban (y lo sigue estando) ya presentes la bendición del vino (Kadesh o santificación), el lavado de las manos (Rejatz), la comida de tres panes sin levadura (Yajatz), la lectura del relato de la historia del pueblo judío (Maguid), la bendición del pan antes de repartirlo (Motzi-Matza), la bendición y acción de gracias (Barej), etc. Todos estos elementos se distribuyen a lo largo de una comida llena de simbolismo que acontece entre una mesa (para la comida) y un altar (para la liturgia) y que se recorre bebiendo 5 copas de vino que recuerdan la salvación del pueblo judío de Egipto (Éxodo 6,6-7) y la espera del Masías. Las primeras 4 copas son la copa de la bendición, de las plagas, de la redención y de la alabanza, mientras que la quinta copa es la de Elías.

En la cena pascual tenía que haber un cordero aprobado por los sacerdotes y sacrificado “entre la caída de las dos tardes”, pero en la última cena de nuestro Señor no había cordero, algo que era permitido en caso de impedimento serio (como salir de viaje). En esos casos se podía celebrar la cena moviéndola antes de la Pascua y ya que Jesús tenía que morir la víspera de la fiesta, adelantó la cena. Los que  adelantaban la cena no podían tener cordero, pues el cordero se sacrificaba solamente en el templo, por lo que queda más evidente que el verdadero cordero era el mismo Jesús.

Pero es especialmente interesante saber que tras la segunda copa, o copa de las plagas, en recuerdo de la ira de Dios sobre quienes no cumplen su voluntad (Exodo 6, 14 en adelante), Jesús dice unas palabras enigmáticas: “No volveré a beber del fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios”. Entonces tomó el segundo de los panes (Aficoman) que había representado a Jesús mismo (segunda persona de la Trinidad) por siglos de celebraciones pascuales y pronunció las grandes palabras del sacrificio “este es mi cuerpo que será entregado por vosotros” en un lenguaje sacrificial propio del Templo y de los sacrificios culturales identificando el sacrificio del “Cordero Pascual”, que se entregaba y sacrificaba para  liberación y redención del pueblo, consigo mismo.
Si ya con esto los apóstoles tendrían que estar con los ojos abiertos y la respiración contenida, ya que Jesús se identificó verdaderamente (que no simbólicamente) con el Cordero Sacrificial mismo, con lo siguiente quedarían totalmente alucinados: Jesús toma la tercera copa que en el Seder Pascual[1] corresponde a la Copa de la Redención  y dice: “Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.” En este momento, culminación de la antigua Pascua y comienzo de la nueva, el vino de la tercera copa pasa a ser la verdadera sangre del Santo Cordero inmolado en la cruz para la redención del mundo.

Pero las sorpresas no habían terminado, sino que una mayor estaba por realizar Jesús. De forma insólita Jesús interrumpe la cena, no toma esa copa interrumpiendo el Seder al decir que no volvería a tomar vino “hasta que llegara el reino de su Padre” y tras los cantos de los salmos del Halel sale de la casa, sin tomar la copa de la Alabanza ni la de Elías. Interrumpir la cena Pascual era incumplir el precepto e implicaba no renovar la Alianza ese año, algo muy grave para un judío ya que no se le perdonaban los pecados hasta la siguiente Pascua.

¿Por qué no tomo la copa de la redención? San Mateo nos dice que, camino del calvario, “le dieron a beber vino mezclado con hiel”, y que “Jesús lo probo, pero no quiso beberlo” (Mt 27,34). San Juan, sin embargo, nos dice que en lo alto de la Cruz, Jesús mismo lo pidió y lo bebió[2] y que después dijo que todo estaba cumplido (Jn 19,29-30). Nada más beber, Jesús expiró entregando su Espíritu y cumpliendo su misión.

Jesús no tomó más vino hasta estar en la cruz, donde bebió la tercera copa de la Cena Pascual, la copa de la Redención, conectando el Cenáculo con la Cruz, la Cena Pascual  y el Sacrificio, la Antigua Alianza y la Nueva. La cena Pascual, nuestra Eucaristía, es el nexo de lo antiguo y lo nuevo y el cumplimiento del más grande amor de Dios hacia los hombres, que se da en la entrega salvadora y redentora de Cristo por medio de su sacrificio.

La cena Pascual termina en la cruz y era una cena que con gran deseo esperó que llegara (Lc 22, 15) porque todo se cumpliría en ella.

El memorial

Finalmente, tenemos que entender que este gran misterio de amor que une lo antiguo y lo nuevo abriendo las puertas del cielo, fue una Pascua eterna y nueva que se mandó a realizar como memorial. El memorial no era un mero recordar, sino que hacía referencia al sacrificio de la Antigua Alianza que se ofrecía por los pecados de los pueblos donde el cordero era comido por el sacerdote que ofrecía y la congregación oferente y que se realizaba por el perdón de los pecados. Jesús manda a realizar el memorial de su pasión, no recordar su sacrificio. En este sacrificio memorial Cristo es el cordero que se da para el perdón de los pecados. La cena pascual judía permitía renovar el pacto con Dios cada año y era preciso que se realizara completa y correctamente, de lo contrario no se daba el perdón de los pecados. Cada Eucaristía nos conecta a la primera y única Eucaristía que empezó en el Cenáculo y terminó en la cruz, alcanzándonos el perdón de los pecados a los que hemos vivido después de Cristo, pues cada Pascua perdonaba los pecados del año anterior, por lo que cada Eucaristía nos alcanza ahora el perdón que brota continuamente de la única cruz salvadora. No sólo no es un mero recuerdo, ni mucho menos algo nuevo y aislado, sino que es un abrir una puerta del tiempo que nos coloca al pie de la cruz, culmen de la Última Cena, para que podamos comer y beber del mismo cuerpo que se dio para el perdón de nuestros pecados hace 2000 años para que todos nuestros actos “sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder”[3].

La Eucaristía no es un acto celebrativo aislado, ni es para ser meramente escuchado, sino que es un abrir la puerta del tiempo y revivir el calvario, por lo que exige al cristiano el querer recorrer el mismo camino, unirse a ese dolor y completar en su cuerpo lo que le falta a la pasión de Cristo (Col 1,24-28), es decir, nuestro “si” libre por el que decidimos se un alter Christus por el que otras personas conocerán a Dios y podrán alcanzar esa misma salvación que permanece abierta como un portal del tiempo y así encarnarla ellos también.

Es en este sentido que la Eucaristía “es el cielo en la tierra”[4] porque es el puente entre la acción infinita de Dios y la esperanza de su Amor eterno del hombre. La fuerza de la Eucaristía es la habilitación a llevar la cruz con alegría y amor al cielo, por lo que no se puede vivir como una obligación, ni una tarea más, sino como el centro de la vida del cristiano, es decir, "fuente y culmen de toda la vida cristiana"[5].

Cuando vayamos a misa, recordemos pues que el sacrificio de Cristo ha sido gratuito, pero no ha sido barato. No ha sido algo de un momento, sino un sacrificio plano clavado en la eternidad para nuestra salvación continua.
¿Este jueves 13 de abril de 2017 irás a misa con la misma actitud de siempre?

Paz y bien.
AyunoXti

Fuentes:
www.youtube.com/watch?v=iQjzkHuUQD0 (La Eucaristia, Frank Morera)






[1] El Séder de Pésaj (en hebreo: סֵדֶר, "orden", "colocación") es el orden que se sigue para celebrar la "Cena Pascual" el primer día de la Pascua, la fiesta de la liberación judía de la esclavitud egipcia.
[2] Nótese que el vino se lo presentan a Jesús en una esponja que ponen en una caña de hisopo, que era lo que se utilizaba para rociar la sangre del cordero en los marcos de las puertas hebreas la noche de la Pascua.
[3] S.S Pablo VI, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n.61 (Concilio Vaticano II, 1963).
[4] “El cielo en la tierra” es una expresión de Juan Pablo II para designar la Misa, centro y raíz de la vida cristiana (cfr. Scott Hahn, La cena del Cordero , Rialp: Madrid, 2003).
[5] S.S Pablo VI, Constitución dogmática Lumen Gentium, n.11 (Concilio Vaticano II, 1964).


27 marzo, 2017

El amor como sentido del sufrimiento

Queridos hermanos de Ayuno por ti, la realidad del sufrimiento es un tema que toca intensamente el corazón humano y sobre el que se ha escrito mucho. Es un tema que ha acompañado al hombre durante toda la historia y pertenece a la experiencia fundamental del hombre. Sin embargo, la búsqueda por una respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento nos hace formular cantidades de preguntas. San Juan Pablo II ve las cosas de un modo diverso; “dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; ¿para qué? Una pregunta acerca de la finalidad, en definitiva acerca del sentido”.

No obstante, se percibe la respuesta a estas preguntas como una vuelta a la revelación del amor de Dios, como un misterio ante el cual el hombre no tiene respuesta concreta. San Juan Pablo II en su experiencia propia del sufrimiento escribió en Salvifici doloris que “el sufrimiento parece pertenecer a la transcendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido “destinado” a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo”. Por esta razón la realidad del sufrimiento obsesiona en cierto sentido la conciencia humana; es decir, es algo que siempre ha preocupado a los humanos tanto a nivel individual como a nivel comunitario. El sufrimiento constituye parte de aquellos interrogantes más profundos del hombre. Afirma la constitución pastoral sobre la Iglesia, Gaudium et spes, que “[…] son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué hay después de esta vida temporal?” (GS 10). El intento de buscar una respuesta al origen del sufrimiento y el mal que encontramos en la Biblia sobre la causa física y moral que afecta a toda la humanidad se halla en el relato del Génesis (Gn 3, 1-19). Este texto sin embargo, pone de manifiesto el hecho de que el sufrimiento fue experimentado como penoso y aflictivo porque el hombre no quiso aceptar su limitación y finitud.

Por otro lado, esta pregunta encuentra su expresión más profunda a través de la experiencia propia de Job como lo vemos en la Biblia. La impresión que tiene sus amigos era percibir el sufrimiento como consecuencia o pena de algún pecado cometido contra Dios (aún una culpa grave contra Dios). Ahora bien, la respuesta de Job demuestra que no es evidente descubrir el sentido y el origen del sufrimiento porque su sufrimiento es el de un inocente y debe ser aceptado como misterio y, que no se puede comprender al fondo. Esta afirmación de Job nos hace reflexionar profundamente sobre la experiencia de esta realidad y el sentido que tiene para la vida cristiana. ¿Para qué sirve el sufrimiento humano? ¿Hay algo que se puede aprender de sufrimiento? Por tanto, si el sufrimiento no tiene significado ni sentido, pues, se lo considera insoportable o incluso una barbaridad.

A la hora de reflexionar sobre este tema, me di cuenta de que para percibir alguna respuesta al sentido de sufrimiento, habría que volver a aquel texto de San Pablo; “me amó y se entregó por mi” (Gal 2, 20). La encarnación de Cristo ha sido una revelación continua de la verdad divina que Dios, el Padre, a lo largo de la historia, había querido revelar a su pueblo. De distinta época y de muchas maneras Dios había revelado su ser y su amor (Heb 1,1-2). La revelación llega a su cumbre en la encarnación de Cristo. El evangelista Juan nos introduce a esta dimensión de la revelación y, al mismo tiempo, de la redención: “Dios amó tanto al mundo que entregó a su hijo para que todo que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Por tanto, la pasión de Cristo nos habla de un amor incondicional, de un don absoluto de Padre a los hombres. La pasión de Cristo es directamente proporcional al amor del Padre. Es sólo a partir del amor que se puede entender el porqué del sufrimiento y su sentido. Si no hay amor, el sufrimiento no tiene ningún sentido ni significado. El amor da sentido y significado a la vida del hombre y en particular, a su sufrimiento. En el sufrimiento alcanzamos nuestro ser, y en él entramos en una dimensión completamente nueva. Por su sufrimiento Cristo nos une con el Padre y su cruz se convierte en una fuente de la que brotan manantiales de agua viva.

Cristo ha recorrido el camino del amor en la aceptación del sufrimiento y se hirió por nuestras rebeldías y fue molido por nuestras culpas. El profeta Isaías lo subraya muy bien en el cuarto canto del Siervo; “Creció en su presencia como vástago tierno, como raíz de tierra seca. No había en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no era atractivo y nada en su apariencia que lo hacía deseable. Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos. Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados” (Is 53, 2-6). En su sufrimiento encontramos distintas etapas: la detención, la humillación, los escupitajos, el desprecio de la dignidad, el juicio inicuo, los golpes, la flagelación, la corona de espina, el camino de la cruz, la crucifixión, la agonía y finalmente su muerte. Todos estos hechos muestran la respuesta más completa al interrogante y al sentido por la experiencia del sufrimiento. Jesús voluntariamente aceptó el sufrimiento como donación de su vida: “por eso me ama el Padre, por que doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente” (Jn 10, 17-18). En la pasión de Jesús el sufrimiento llega al grado más absoluto, la cumbre del amor verdadero. Él nos amó hasta el extremo. Por tanto, la solución o respuesta sobre el sentido del sufrimiento, Cristo la ha encontrado en el amor porque Él mismo ha podido experimentar la realidad del sufrimiento y ha podido sobresalir. En la carta exhortación del Salvifici doloris, San Juan Pablo II señala que “es en la cruz donde debemos plantearnos también el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a tal interrogante” (Salvifici doloris, n. 18).

La vocación del hombre a cual Dios llama a todos los hombres es la vocación de amar a Dios y al prójimo. No es extraño que el primer mandamiento gire en torno al amor. De hecho el “Shema Israel” tiene el amor como centro de la vocación humana: “escucha Israel, Yahvé nuestro Dios es único. Amarás a Yahvé tu Dios con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te he dicho hoy” (Dt 6, 4-6). Este primer mandamiento pone de manifiesto el amor como la base de la vocación del hombre. Por tanto, la vocación a la cual Cristo llama a los hombres es la de participar en su misión. La participación en su misión supone el seguimiento. Pues, quien se encuentra en comunión con Jesús ha de irse detrás de él; “el que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga” (Mc 8,34; Lc 9,23). En este seguimiento y renuncia de uno mismo el hombre se descubre a sí mismo y desde ahí da sentido al sufrimiento. En el sufrimiento se manifiesta la grandeza del amor porque en él está contenida una particular llamada a la virtud, que el hombre debe ejercitar por su parte. El sufrimiento concede al hombre la oportunidad de pensar de un modo nuevo y diverso y al mismo tiempo, le da la oportunidad de poder captar lo esencial de la vida; el amor. De todos modos, el sufrimiento es, ante todo, una llamada y una vocación y, a la vez, una gracia de Dios. La vía del sufrimiento nos hace participar en la vulnerabilidad y en el carácter misterioso de Dios. Dice la constitución sobre la Iglesia, Guadium et spes, “el hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha llamado por sí mismo y no puede encontrar su propia plenitud si no en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (GS 24). Por eso, podemos decir que el sufrimiento es una prueba que tiene una finalidad, la de transformar la condición humana. La experiencia de sufrimiento en el hombre no es más que consecuencia y expresión de su existencia cristiana; manifestaciones y medios por los que va realizando su misma perfección. Así, como Cristo llega a la plenitud por el sufrimiento (Heb 2,11), del mismo modo nosotros alcanzaremos la nuestra, porque si con Él morimos, también con Él viviremos. Si sufrimos con Él, con Él reinaremos (2 Tim2, 11-12). El hombre está llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento humano ha sido también redimido. En su experiencia vocacional, san Pablo expresa claramente el sentido que se ha de dar el sufrimiento; “ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo” (Col 1,24). Esta misma doctrina la resuena Pablo en la carta a los Romanos: “el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos con Cristo, supuesto que padezcamos con Él para ser glorificados” (Rom 8, 17). Por otro lado, la experiencia de sufrimiento en la vida de los santos hace pensar en el valor y el sentido que se da sobre esta realidad. A lo largo de los siglos se ha ido constando que el sufrimiento se esconde una fuerza particular que acerca interiormente al hombre a Cristo. Por tanto, el sufrimiento no puede ser transformado con una gracia exterior, sino interior, y en él se esconde una fuerza particular que acerca interiormente al hombre a Cristo; una gracia especial.

Todo esto, a los ojos del mundo en que vivimos, es totalmente incomprensible. ¿Sufrir y ser feliz? Es una locura. La persona que no se abre a la dimensión cristiana de la vida, no podrá entender el sentido que se puede dar al sufrimiento. La Cruz de Cristo es nuestra victoria. Cristo, desde la cruz, dio sentido a nuestra vida. Dio sentido a todas las dimensiones de nuestra vida. Incluso las más difíciles de aceptar. Aquellas que son profundamente dolorosas y causan mucho sufrimiento. ¿En quién ponemos nuestra esperanza? ¿En quién buscamos las respuestas para nuestras vidas? ¿Quién es capaz de darle un sentido real a nuestra existencia? No se trata de buscar sufrir, sino de aprender a sufrir. Para ello, miremos a Aquél que venció y le dio sentido al dolor. Seamos felices con el horizonte que nos presenta Cristo, para darle sentido a todo lo que implica vivir.
Me despido con un fraternal abrazo en Cristo.


Un sacerdote de AyunoXti

27 febrero, 2017

Mensaje Cuaresma 2017 - AyunoXti

Este 1 de marzo de 2017 empezaremos el período de Cuaresma, un tiempo de purificación para llegar a vivir más santamente la Pascua, el momento  central del año cristiano y que entraña el mayor misterio del universo: la muerte y resurrección de Cristo, el Salvador del mundo.

Si bien en este tiempo Cuaresmal es tradicional el ayuno, la oración y la limosna, es fácil poder constatar que actualmente el ayuno es el más desvirtuado de todos. A partir del siglo V, en la Cuaresma, sólo se permitía una comida, hacia la tarde-noche. La carne estaba prohibida, incluso los domingos. Las carne y el pescado, y en muchos lugares los huevos y los productos lácteos, estaban absolutamente prohibidos[1]. Con el tiempo, además de haber sido reducido a dos días al año, el ayuno es reducido en muchas ocasiones a una mera renuncia de críticas, al menor uso de las redes sociales o del móvil, a la falta de reproches, a la expresión de tristezas y preocupaciones.

Desde AyunoXti, sin desmerecer ese tipo de ayuno, queremos plantear un enfoque muy distinto aportando unas consideraciones importantes.

Lo primero es que el ayuno, entendido como una importante privación de alimentos o de una alimentación a pan y agua, no debe de entenderse como una práctica sólo penitencial, sino sobre todo como un modo de orar con todo el cuerpo desde lo más necesario, que es el comer y el beber, y de estar en la presencia constante de Dios. El ayuno a pan y agua, por ejemplo, nos recuerda en todo momento una necesidad que permanece consciente a lo largo del día y que de forma continua nos devuelve la mirada al cielo recordándonos los motivos de esa elección y entrega.

Lo segundo es que el ayuno es un sacrificio no postergable. Las redes sociales, las compras, y otros muchos ayunos modernos que no se realicen a lo largo del día, o incluso a lo largo de la Cuaresma, pueden recuperarse por la noche, pero lo que no se ha comido no, por lo que la exigencia es mayor.

El ayuno, en tercer lugar, es recomendado en el mismo Evangelio (Mt 17,21) para librar una batalla que no se puede realizar con la sola oración. Jesús hablaba del ayuno en términos clásicos de no comer apenas, no tanto la reducción de malas intenciones y esfuerzos personales en las virtudes. A pesar de ello, no se trata de elegir, sino de sumar. Quien decida rezar y ayunar de malas intenciones, malas palabras, críticas, tristezas o enfados, si lo intenta realizar en ayunas, descubrirá un trabajo totalmente diferente. El ayuno descubre todas nuestras debilidades y las pone de manifiesto promoviendo la humildad y el autoconocimiento. El ayuno desvela nuestro yo más propio. Hay quienes se hacen más criticones, quienes se descubren más gruñones o quienes se sienten malhumorados o simplemente débiles. El ayuno así entendido, entonces, nos propone una purificación interior mucho más profunda y valiosa para nuestra santidad y para nuestra oración.

Cuarto. El ayuno a pan y agua lo pide la Virgen María en prácticamente todas las apariciones: desde las más conocidas y reconocidas por la Iglesia, como Fátima o la Salette, a las que están reconocidas por la Iglesia pero no son muy conocidas, como Akita (Japón) o El Cajas (Ecuador), hasta las que están actualmente en vigor como Medjugorje[2] y a la espera de un pronunciamiento oficial, pero que deja claro los frutos a quienes lo conocen de cerca. Ya en la Didaché[3] observamos que se mandaba a ayunar los miércoles y viernes, pero si la Santísima Virgen María insiste tanto en el rezo del rosario y la práctica del ayuno, debería bastarnos para iniciarnos, corriendo y con alegría, a asumirla durante todo el año y reservar la Cuaresma para llevar al máximo la oración y la perfección en las virtudes más puras.

El ayuno es la mejor forma para luchar contra las fuerzas del mal[4] porque nos devuelve la mirada a nuestra debilidad, nos recuerda lo frágiles que somos, aquilata nuestra capacidad de amar y hace que lo que salga sea más fuerte y más verdadero.

En AyunoXti somos más de 120 personas que ayunamos los miércoles por la Iglesia, el Papa y los sacerdotes, así como las intenciones de nuestra Madre del cielo. Pero además cada vez incluimos unas intenciones particulares que nos llegan. Nos piden que les apoyemos y recemos para la conversión de sus seres queridos, para su sanación, para la salvación de matrimonios y la salud de enfermos de cuerpo y mente, etc.

Esta Cuaresma proponemos doblar los esfuerzos y ayunar el doble. Quien ayune sólo una comida, que intente dos, quien un día que añada otro, quien ayuna dos que añada alguna renuncia. Es un tiempo importante para unirnos en oración y contricción y pedir por este mundo que cada vez se aleja dramáticamente más de Dios para lanzarse en las manos del orgullo, lo material, el libertinaje, los apetitos menos nobles o el poder y las guerras. Es necesaria una profunda renovación interior y una urgente reparación del Corazón de Jesús y ¿qué mejor tiempo para adentrarnos en una honda transformación interior que la Cuaresma?

Únete a nosotros y recuerda: Dios no elige a los capacitados, sino que capacita a los elegidos.

Que pasemos todos una feliz Cuaresma y podamos acercarnos más a Dios, a los demás y a nosotros mismos.

Paz y bien.

AyunoXti
FB:    @ayunoporti
Inst:  @ayunoxti

[2] “Pido a las personas, que oren conmigo estos días y que oren lo más posible. Que además ayunen de forma estricta los miércoles y los viernes; que recen cada día, cuanto menos el Rosario completo: los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos” (Medjugorje, 14 de agosto de 1984).
[3] La Didaché es el documento más importante de la era post-apostólica y la más antigua fuente de legislación eclesiástica que poseemos. Es un compendio de preceptos de moral, de instrucciones sobre la organización de las comunidades y de ordenanzas relativas a las funciones litúrgicas que nos dan un precioso cuadro de la vida cristiana en el siglo II. Cfr. www.mercaba.org/TESORO/didaje.htm
[4] Cfr. S.S. San Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium Vitae, n. 100.Tambien cfr. Mt 4, 1-11.

23 febrero, 2017

LA DEMORA DE DIOS NO ES UNA NEGATIVA

Dios responde siempre, pero no cómo queremos, ni cuándo queremos, pero su manera es siempre buena y siempre la mejor.

Esa espera es un regalo, es un canto a la esperanza. Prepara a los demás para que la vean en ti como una clara obra de Dios, prepara tu corazón para acoger la respuesta. Espera el momento adecuado para que luego no se marchite la aceptación, sino que como semilla caída en tierra buena, dé fruto y fruto en abundancia.

Esa demora aumenta tu deseo convirtiendo tu corazón en un corazón esperanzado, deseoso y convencido en su petición. Ensancha la capacidad de amar porque le ayuda a enfocar sólo lo realmente necesario, depurando y aquilatando sus deseos inútiles y sus impurezas.

Esa espera quiere enseñarte algo, quiere que aprendas a estar alegre en la espera y confiado en la actitud. Pueden pasar años hasta que sepas porqué, pero la oscuridad más densa es justo antes del amanecer, y la mayor desesperación ocurre justo antes de la Salvación!

La vida parece larga, pero no es sino un suspiro antes de la eternidad. Confía en el Señor, ten ánimo, se valiente y espera. Todo se te mostrará en su valor y su sentido. Y sabrás que todo era para mayor bien tuyo y mayor Gloria de Dios.

Unidos en Jesús y María.

Paz y bien

AyunoXti
www.ayunoporti.es