Queridos hermanos de Ayuno por ti, la
realidad del sufrimiento es un tema que toca intensamente el corazón humano y sobre el que se ha escrito mucho. Es un tema que ha acompañado al hombre durante toda la
historia y pertenece a la experiencia fundamental del hombre. Sin embargo, la
búsqueda por una respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento nos
hace formular cantidades de preguntas. San Juan Pablo II ve las cosas de un
modo diverso; “dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, aparece
inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la
razón; ¿para qué? Una pregunta acerca de la finalidad, en definitiva acerca del
sentido”.
No obstante, se percibe la respuesta a
estas preguntas como una vuelta a la revelación del amor de Dios, como un
misterio ante el cual el hombre no tiene respuesta concreta. San Juan Pablo II
en su experiencia propia del sufrimiento escribió en Salvifici doloris que “el
sufrimiento parece pertenecer a la transcendencia del hombre; es uno de esos
puntos en los que el hombre está en cierto sentido “destinado” a superarse a sí
mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo”. Por esta razón la
realidad del sufrimiento obsesiona en cierto sentido la conciencia humana; es
decir, es algo que siempre ha preocupado a los humanos tanto a nivel individual
como a nivel comunitario. El sufrimiento constituye parte de aquellos interrogantes
más profundos del hombre. Afirma la constitución pastoral sobre la Iglesia, Gaudium et spes, que “[…] son cada día más
numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las
cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor,
del mal, de la muerte, que a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía?
¿Qué hay después de esta vida temporal?” (GS 10). El intento de buscar una
respuesta al origen del sufrimiento y el mal que encontramos en la Biblia sobre
la causa física y moral que afecta a toda la humanidad se halla en el relato del
Génesis (Gn 3, 1-19). Este texto sin embargo, pone de manifiesto el hecho de
que el sufrimiento fue experimentado como penoso y aflictivo porque el hombre
no quiso aceptar su limitación y finitud.
Por otro lado, esta pregunta encuentra
su expresión más profunda a través de la experiencia propia de Job como lo
vemos en la Biblia. La impresión que tiene sus amigos era percibir el
sufrimiento como consecuencia o pena de algún pecado cometido contra Dios (aún
una culpa grave contra Dios). Ahora bien, la respuesta de Job demuestra que no
es evidente descubrir el sentido y el origen del sufrimiento porque su sufrimiento
es el de un inocente y debe ser aceptado como misterio y, que no se puede
comprender al fondo. Esta afirmación de Job nos hace reflexionar profundamente
sobre la experiencia de esta realidad y el sentido que tiene para la vida
cristiana. ¿Para qué sirve el sufrimiento humano? ¿Hay algo que se puede
aprender de sufrimiento? Por tanto, si el sufrimiento no tiene significado ni sentido,
pues, se lo considera insoportable o incluso una barbaridad.
A la hora de reflexionar sobre este
tema, me di cuenta de que para percibir alguna respuesta al sentido de
sufrimiento, habría que volver a aquel texto de San Pablo; “me amó y se entregó
por mi” (Gal 2, 20). La encarnación de Cristo ha sido una revelación continua
de la verdad divina que Dios, el Padre, a lo largo de la historia, había
querido revelar a su pueblo. De distinta época y de muchas maneras Dios había
revelado su ser y su amor (Heb 1,1-2). La revelación llega a su cumbre en la
encarnación de Cristo. El evangelista Juan nos introduce a esta dimensión de la
revelación y, al mismo tiempo, de la redención: “Dios amó tanto al mundo que
entregó a su hijo para que todo que cree en Él no muera, sino que tenga vida
eterna” (Jn 3, 16). Por tanto, la pasión de Cristo nos habla de un amor
incondicional, de un don absoluto de Padre a los hombres. La pasión de Cristo
es directamente proporcional al amor del Padre. Es sólo a partir del amor que
se puede entender el porqué del sufrimiento y su sentido. Si no hay amor, el sufrimiento no tiene ningún sentido ni significado.
El amor da sentido y significado a la
vida del hombre y en particular, a su sufrimiento. En el sufrimiento alcanzamos
nuestro ser, y en él entramos en una dimensión completamente nueva. Por su
sufrimiento Cristo nos une con el Padre y su cruz se convierte en una fuente de
la que brotan manantiales de agua viva.
Cristo ha recorrido el camino del amor
en la aceptación del sufrimiento y se hirió por nuestras rebeldías y fue molido
por nuestras culpas. El profeta Isaías lo subraya muy bien en el cuarto canto
del Siervo; “Creció en su presencia como vástago tierno, como raíz de tierra
seca. No había en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no era atractivo y
nada en su apariencia que lo hacía deseable. Despreciado y rechazado por los
hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo;
fue despreciado, y no lo estimamos. Ciertamente él cargó con nuestras
enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado
por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por
nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y
gracias a sus heridas fuimos sanados” (Is 53, 2-6). En su sufrimiento
encontramos distintas etapas: la detención, la humillación, los escupitajos, el
desprecio de la dignidad, el juicio inicuo, los golpes, la flagelación, la
corona de espina, el camino de la cruz, la crucifixión, la agonía y finalmente
su muerte. Todos estos hechos muestran la respuesta más completa al interrogante
y al sentido por la experiencia del sufrimiento. Jesús voluntariamente aceptó
el sufrimiento como donación de su vida: “por eso me ama el Padre, por que doy
mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente”
(Jn 10, 17-18). En la pasión de Jesús el sufrimiento llega al grado más absoluto,
la cumbre del amor verdadero. Él nos amó hasta el extremo. Por tanto, la solución o respuesta sobre el sentido
del sufrimiento, Cristo la ha encontrado en el amor porque Él mismo ha podido
experimentar la realidad del sufrimiento y ha podido sobresalir. En la carta
exhortación del Salvifici doloris,
San Juan Pablo II señala que “es en la cruz donde debemos plantearnos también
el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la
respuesta a tal interrogante” (Salvifici
doloris, n. 18).
La vocación del hombre a cual Dios
llama a todos los hombres es la vocación de amar a Dios y al prójimo. No es extraño
que el primer mandamiento gire en torno al amor. De hecho el “Shema Israel” tiene
el amor como centro de la vocación humana: “escucha Israel, Yahvé nuestro Dios
es único. Amarás a Yahvé tu Dios con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden
en tu corazón estas palabras que yo te he dicho hoy” (Dt 6, 4-6). Este primer
mandamiento pone de manifiesto el amor como la base de la vocación del hombre.
Por tanto, la vocación a la cual Cristo llama a los hombres es la de participar
en su misión. La participación en su misión supone el seguimiento. Pues, quien
se encuentra en comunión con Jesús ha de irse detrás de él; “el que quiera
venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y
me siga” (Mc 8,34; Lc 9,23). En este seguimiento y renuncia de uno mismo el hombre
se descubre a sí mismo y desde ahí da sentido al sufrimiento. En el sufrimiento se manifiesta la grandeza
del amor porque en él está contenida una particular llamada a la virtud, que el
hombre debe ejercitar por su parte. El sufrimiento concede al hombre la oportunidad
de pensar de un modo nuevo y diverso y al mismo tiempo, le da la oportunidad de
poder captar lo esencial de la vida; el amor. De todos modos, el
sufrimiento es, ante todo, una llamada y una vocación y, a la vez, una gracia
de Dios. La vía del sufrimiento nos hace participar en la vulnerabilidad y en
el carácter misterioso de Dios. Dice la constitución sobre la Iglesia, Guadium et spes, “el hombre es la única
criatura terrestre a la que Dios ha llamado por sí mismo y no puede encontrar su
propia plenitud si no en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (GS 24).
Por eso, podemos decir que el
sufrimiento es una prueba que tiene una finalidad, la de transformar la
condición humana. La experiencia de sufrimiento en el hombre no es más que consecuencia
y expresión de su existencia cristiana; manifestaciones y medios por los que va
realizando su misma perfección. Así, como Cristo llega a la plenitud por el
sufrimiento (Heb 2,11), del mismo modo nosotros alcanzaremos la nuestra, porque
si con Él morimos, también con Él viviremos. Si sufrimos con Él, con Él
reinaremos (2 Tim2, 11-12). El hombre
está llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo
sufrimiento humano ha sido también redimido. En su experiencia vocacional,
san Pablo expresa claramente el sentido que se ha de dar el sufrimiento; “ahora
me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que
falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo” (Col 1,24). Esta misma
doctrina la resuena Pablo en la carta a los Romanos: “el Espíritu mismo da testimonio
a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos;
herederos de Dios, coherederos con Cristo, supuesto que padezcamos con Él para
ser glorificados” (Rom 8, 17). Por otro lado, la experiencia de sufrimiento en
la vida de los santos hace pensar en el valor y el sentido que se da sobre esta
realidad. A lo largo de los siglos se ha ido constando que el sufrimiento se esconde
una fuerza particular que acerca interiormente al hombre a Cristo. Por tanto,
el sufrimiento no puede ser transformado con una gracia exterior, sino interior,
y en él se esconde una fuerza particular que acerca interiormente al hombre a
Cristo; una gracia especial.
Todo esto, a
los ojos del mundo en que vivimos, es totalmente incomprensible. ¿Sufrir y ser
feliz? Es una locura. La persona que no se abre a la dimensión cristiana de la
vida, no podrá entender el sentido que se puede dar al sufrimiento. La Cruz de
Cristo es nuestra victoria. Cristo, desde la cruz, dio sentido a nuestra vida.
Dio sentido a todas las dimensiones de nuestra vida. Incluso las más difíciles
de aceptar. Aquellas que son profundamente dolorosas y causan mucho
sufrimiento. ¿En quién ponemos nuestra esperanza? ¿En quién buscamos las
respuestas para nuestras vidas? ¿Quién es capaz de darle un sentido real a
nuestra existencia? No se trata de buscar sufrir, sino de aprender a sufrir.
Para ello, miremos a Aquél que venció y le dio sentido al dolor. Seamos felices
con el horizonte que nos presenta Cristo, para darle sentido a todo lo que implica
vivir.
Me despido
con un fraternal abrazo en Cristo.
Un sacerdote de AyunoXti
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