25 julio, 2018

¿Adoramos los católicos las imágenes?


Muchos nos preguntan o critican a los católicos venerar imágenes o estatuas y, normalmente, añaden, en algún momento de la crítica, que no tenemos en cuenta lo que viene o no viene en la Biblia.

Así que dejamos una breve respuesta a estas preguntas. ¿Adoramos los católicos las imágenes o las estatuas? ¿Es suficiente lo que dice, o no dice, la Biblia?

No, de ninguna manera. Una adoración es una oración a Dios y no se hace a un objeto. Los católicos no adoramos a NINGUNA imagen, ni siquiera a una reliquia directa de Cristo como podría ser la Sagrada Síndone. Las imágenes y las estatuas son un modo de recordar a quien adoramos. El ser humano es muy visual y del mismo modo que un enamorado lleva encima la foto de su novia, el cristiano tiene imágenes y estatuas que le ayudan a recordar algún aspecto, suceso o persona que facilite la oración al Padre.

Sin embargo, para entender esto, hay que entender la riqueza del catolicismo que el protestantismo quiso perder y que cada día pierde más.

El cristiano que nace en la Iglesia de Cristo ha heredado muchos pronunciamientos del Espíritu Santo configurando el Magisterio de la Iglesia y la Tradición, que se suman a la Palabra de Dios. La Revelación Divina abarca, así, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura. Este depósito de la fe (cf. 1 Tim. 6, 20; 2 Tim. 1, 12-14) fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia. Dios ha hablado a los profetas, a los patriarcas y a Israel en su historia. ¿Por qué debería haberse dejado de manifestar después de enviar a su Hijo? Y, más aún,  ¿para qué nos habría mandado nuestro Señor al Espíritu Santo si no para hablarnos y explicarnos lo que ha dicho y acercarnos a lo que es un enorme misterio pera la criatura humana e incluso angelical? ¿A caso esas aclaraciones, profundizaciones no han de ser tomadas en cuenta? La Iglesia de Cristo ha crecido en estos dos mil años y ha crecido en sabiduría con paciencia y prudencia, siempre a la luz del Espíritu Santo y bajo la dirección de los sucesores de Pedro, tal como el mismo Cristo estableció. Dios no es un rígido y aburrido espectador de los hombres. No se ha encarnado, ni nos ha querido transformar por su gracia prometiéndonos una resurrección gloriosa como la suya para que nos quedemos en una estática contemplación de lo ocurrido. Ha diseñado un plan sorprendente cada día, cada siglo, con innumerables gracias como revelaciones naturales y sobrenaturales, apariciones de su Madre asunta en el cielo en cuerpo y alma intercediendo por nosotros como una buena madre haría, y mucho más.

Y en cuanto a la Biblia, solamente una parte de la Palabra de Dios, proclamada oralmente, fue puesta por escrito por los mismos apóstoles y otros evangelistas de su generación. Estos escritos, inspirados por el Espíritu Santo, dan origen al Nuevo Testamento (NT), que es la parte más importante de toda la Biblia porque es donde culmina la revelación y donde se da plenitud a lo que Dios enseño al pueblo de Israel. Está claro que al escribir el NT, no se puso por escrito «todo» el Evangelio de Jesús. Como dijo San Juan: «Jesús hizo muchas otras cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros» (Jn. 21,25). San Pablo también hace referencia a la tradición oral: «Hermanos, manténganse firmes guardando fielmente las tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).

Así que la revelación divina ha llegado hasta nosotros por la Tradición Apostólica y por la Sagrada Escritura. Y no debemos considerarlas como dos fuentes, sino como dos aspectos de la Revelación de Dios. No vale con seleccionar unos libros de la Biblia a gusto y apoyar todo el peso de la salvación en la interpretación que cada uno haga de esas palabras. Es preciso mantenerse unidos en la Iglesia que Jesús fundó y prometió conducir hasta el fin de los tiempos: «Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28,18-20).

Es un error creer que basta la Biblia para nuestra salvación. Esto nunca lo ha dicho Jesús y tampoco está escrito en la Biblia. Jesús nunca escribió un libro sagrado, ni repartió ninguna Biblia. Fue dentro de la Tradición de la Iglesia donde se escribió y fue aceptado el NT, bajo su autoridad apostólica. Además la Iglesia vivió muchos años sin el NT, el que se terminó de escribir en el año 97 después de Cristo. Y también es la Iglesia la que, en los años 393-397, estableció el Canon o lista de los libros que contienen el NT (y recordamos que Lutero es apenas del siglo VX). Fue la Tradición de la Iglesia la que nos transmitió la lista de los libros inspirados. Los evangélicos, al aceptar solamente la Biblia, están reduciendo considerablemente el conocimiento auténtico de la Revelación Divina. Guardemos esta ley de oro que nos dejó el apóstol Pablo: «Manténganse firmes guardando fielmente la Tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).

Así que ni adoramos a las imágenes, ni nuestro credo se reduce a algunos libros seleccionados de la Biblia. Si alguien desea vivir en plenitud el mensaje de Cristo sólo le queda una solución: hacerse católico.

Paz y bien.



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