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12 abril, 2017

La grandeza de la Eucaristía

Muchos cristianos se han rendido a la rutina de la celebración eucarística y lo demuestran muchos comentarios sobre si el sacerdote es más aburrido, lento o antipático, datos absolutamente irrelevantes si sopesamos el profundo significado que tiene la celebración de la Eucaristía.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que  Jesús “instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (CIC 1323).

Quiero destacar dos aspectos muy importantes con respecto a la Eucaristía con motivo de esta semana Santa y especialmente de este jueves, en el que recordamos la institución de la Eucaristía por nuestro Señor Jesucristo: lo que significa Eucaristía y qué sentido tiene que sea un memorial.

La Eucaristía, un portal en el tiempo

Es de gran ayuda conocer el rito judío para entender y apreciar muchos matices (y no sólo matices) sobre el significado de lo que hizo Jesús. En el rito judío de la cena pascual estaban (y lo sigue estando) ya presentes la bendición del vino (Kadesh o santificación), el lavado de las manos (Rejatz), la comida de tres panes sin levadura (Yajatz), la lectura del relato de la historia del pueblo judío (Maguid), la bendición del pan antes de repartirlo (Motzi-Matza), la bendición y acción de gracias (Barej), etc. Todos estos elementos se distribuyen a lo largo de una comida llena de simbolismo que acontece entre una mesa (para la comida) y un altar (para la liturgia) y que se recorre bebiendo 5 copas de vino que recuerdan la salvación del pueblo judío de Egipto (Éxodo 6,6-7) y la espera del Masías. Las primeras 4 copas son la copa de la bendición, de las plagas, de la redención y de la alabanza, mientras que la quinta copa es la de Elías.

En la cena pascual tenía que haber un cordero aprobado por los sacerdotes y sacrificado “entre la caída de las dos tardes”, pero en la última cena de nuestro Señor no había cordero, algo que era permitido en caso de impedimento serio (como salir de viaje). En esos casos se podía celebrar la cena moviéndola antes de la Pascua y ya que Jesús tenía que morir la víspera de la fiesta, adelantó la cena. Los que  adelantaban la cena no podían tener cordero, pues el cordero se sacrificaba solamente en el templo, por lo que queda más evidente que el verdadero cordero era el mismo Jesús.

Pero es especialmente interesante saber que tras la segunda copa, o copa de las plagas, en recuerdo de la ira de Dios sobre quienes no cumplen su voluntad (Exodo 6, 14 en adelante), Jesús dice unas palabras enigmáticas: “No volveré a beber del fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios”. Entonces tomó el segundo de los panes (Aficoman) que había representado a Jesús mismo (segunda persona de la Trinidad) por siglos de celebraciones pascuales y pronunció las grandes palabras del sacrificio “este es mi cuerpo que será entregado por vosotros” en un lenguaje sacrificial propio del Templo y de los sacrificios culturales identificando el sacrificio del “Cordero Pascual”, que se entregaba y sacrificaba para  liberación y redención del pueblo, consigo mismo.
Si ya con esto los apóstoles tendrían que estar con los ojos abiertos y la respiración contenida, ya que Jesús se identificó verdaderamente (que no simbólicamente) con el Cordero Sacrificial mismo, con lo siguiente quedarían totalmente alucinados: Jesús toma la tercera copa que en el Seder Pascual[1] corresponde a la Copa de la Redención  y dice: “Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.” En este momento, culminación de la antigua Pascua y comienzo de la nueva, el vino de la tercera copa pasa a ser la verdadera sangre del Santo Cordero inmolado en la cruz para la redención del mundo.

Pero las sorpresas no habían terminado, sino que una mayor estaba por realizar Jesús. De forma insólita Jesús interrumpe la cena, no toma esa copa interrumpiendo el Seder al decir que no volvería a tomar vino “hasta que llegara el reino de su Padre” y tras los cantos de los salmos del Halel sale de la casa, sin tomar la copa de la Alabanza ni la de Elías. Interrumpir la cena Pascual era incumplir el precepto e implicaba no renovar la Alianza ese año, algo muy grave para un judío ya que no se le perdonaban los pecados hasta la siguiente Pascua.

¿Por qué no tomo la copa de la redención? San Mateo nos dice que, camino del calvario, “le dieron a beber vino mezclado con hiel”, y que “Jesús lo probo, pero no quiso beberlo” (Mt 27,34). San Juan, sin embargo, nos dice que en lo alto de la Cruz, Jesús mismo lo pidió y lo bebió[2] y que después dijo que todo estaba cumplido (Jn 19,29-30). Nada más beber, Jesús expiró entregando su Espíritu y cumpliendo su misión.

Jesús no tomó más vino hasta estar en la cruz, donde bebió la tercera copa de la Cena Pascual, la copa de la Redención, conectando el Cenáculo con la Cruz, la Cena Pascual  y el Sacrificio, la Antigua Alianza y la Nueva. La cena Pascual, nuestra Eucaristía, es el nexo de lo antiguo y lo nuevo y el cumplimiento del más grande amor de Dios hacia los hombres, que se da en la entrega salvadora y redentora de Cristo por medio de su sacrificio.

La cena Pascual termina en la cruz y era una cena que con gran deseo esperó que llegara (Lc 22, 15) porque todo se cumpliría en ella.

El memorial

Finalmente, tenemos que entender que este gran misterio de amor que une lo antiguo y lo nuevo abriendo las puertas del cielo, fue una Pascua eterna y nueva que se mandó a realizar como memorial. El memorial no era un mero recordar, sino que hacía referencia al sacrificio de la Antigua Alianza que se ofrecía por los pecados de los pueblos donde el cordero era comido por el sacerdote que ofrecía y la congregación oferente y que se realizaba por el perdón de los pecados. Jesús manda a realizar el memorial de su pasión, no recordar su sacrificio. En este sacrificio memorial Cristo es el cordero que se da para el perdón de los pecados. La cena pascual judía permitía renovar el pacto con Dios cada año y era preciso que se realizara completa y correctamente, de lo contrario no se daba el perdón de los pecados. Cada Eucaristía nos conecta a la primera y única Eucaristía que empezó en el Cenáculo y terminó en la cruz, alcanzándonos el perdón de los pecados a los que hemos vivido después de Cristo, pues cada Pascua perdonaba los pecados del año anterior, por lo que cada Eucaristía nos alcanza ahora el perdón que brota continuamente de la única cruz salvadora. No sólo no es un mero recuerdo, ni mucho menos algo nuevo y aislado, sino que es un abrir una puerta del tiempo que nos coloca al pie de la cruz, culmen de la Última Cena, para que podamos comer y beber del mismo cuerpo que se dio para el perdón de nuestros pecados hace 2000 años para que todos nuestros actos “sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder”[3].

La Eucaristía no es un acto celebrativo aislado, ni es para ser meramente escuchado, sino que es un abrir la puerta del tiempo y revivir el calvario, por lo que exige al cristiano el querer recorrer el mismo camino, unirse a ese dolor y completar en su cuerpo lo que le falta a la pasión de Cristo (Col 1,24-28), es decir, nuestro “si” libre por el que decidimos se un alter Christus por el que otras personas conocerán a Dios y podrán alcanzar esa misma salvación que permanece abierta como un portal del tiempo y así encarnarla ellos también.

Es en este sentido que la Eucaristía “es el cielo en la tierra”[4] porque es el puente entre la acción infinita de Dios y la esperanza de su Amor eterno del hombre. La fuerza de la Eucaristía es la habilitación a llevar la cruz con alegría y amor al cielo, por lo que no se puede vivir como una obligación, ni una tarea más, sino como el centro de la vida del cristiano, es decir, "fuente y culmen de toda la vida cristiana"[5].

Cuando vayamos a misa, recordemos pues que el sacrificio de Cristo ha sido gratuito, pero no ha sido barato. No ha sido algo de un momento, sino un sacrificio plano clavado en la eternidad para nuestra salvación continua.
¿Este jueves 13 de abril de 2017 irás a misa con la misma actitud de siempre?

Paz y bien.
AyunoXti

Fuentes:
www.youtube.com/watch?v=iQjzkHuUQD0 (La Eucaristia, Frank Morera)






[1] El Séder de Pésaj (en hebreo: סֵדֶר, "orden", "colocación") es el orden que se sigue para celebrar la "Cena Pascual" el primer día de la Pascua, la fiesta de la liberación judía de la esclavitud egipcia.
[2] Nótese que el vino se lo presentan a Jesús en una esponja que ponen en una caña de hisopo, que era lo que se utilizaba para rociar la sangre del cordero en los marcos de las puertas hebreas la noche de la Pascua.
[3] S.S Pablo VI, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n.61 (Concilio Vaticano II, 1963).
[4] “El cielo en la tierra” es una expresión de Juan Pablo II para designar la Misa, centro y raíz de la vida cristiana (cfr. Scott Hahn, La cena del Cordero , Rialp: Madrid, 2003).
[5] S.S Pablo VI, Constitución dogmática Lumen Gentium, n.11 (Concilio Vaticano II, 1964).


20 abril, 2016

La Pascua es también tiempo de ayuno

Es fácil reducir la alegría de la Pascua a una simple fiesta de gozo y olvidar el sentido principal que tiene el tiempo de Pascua y que hoy la liturgia nos recuerda con fuerza. La Pascua no es un tiempo para vivir una simple alegría de la Resurrección, sino un tiempo para caminar en la fe. La Pascua es tiempo para aprender a caminar en la fe del resucitado. No se trata de un simple gozo, sino de un tiempo litúrgico para prepararnos a caminar sin ver a Jesús. En la liturgia vemos como Jesús realiza breves y frecuentes apariciones y que va preparando a sus discípulos y apóstoles a caminar y evangelizar sin verle en carne y huesos ya que en breve ascenderá al cielo.

Estamos ahora en el ecuador de este tiempo pascual y la liturgia de hoy (Hch 12, 24-13, 5), miércoles de la cuarta semana de Pascua, nos presenta a unos apóstoles que estaban ayunando y orando, es decir, un día de retiro para rezar en comunidad. Era seguramente un domingo, pues estaban celebrando el culto del Señor. Esto no sólo nos devuelve a una primera Iglesia que ayunaba, sino que nos descubre el ayuno como un modo adecuado para que el Espíritu Santo se manifieste. Tras descubrir la misión de ir a Chipre, siguen ayunando y orando para seguir descubriendo la voluntad de Dios. Hoy parece difícil saber qué nos pide el Señor y algunos se quejan de dificultades para descubrir la verdad oculta en el día a día. Pero la liturgia de hoy, y en general en este tiempo pascual, nos recuerda la necesidad del ayuno para ir de la mano del Señor. La oración hecha en ayuno es un camino privilegiado para el discernimiento y la adquisición de la profundidad de la fuerza del Señor. Tenemos que poner todo de nuestra parte para descubrir cuál es la voluntad del Señor y cómo realizarla y no escatimar en recursos.

A veces es duro empezar a ayunar, pero son muchos que, al empezar, describen sus grandes beneficios espirituales y personales. No sólo nos ayuda a estar preparado y a discernir, sino que nos cambia el día a día, nuestra fuerza testimonial y evangelizadora, aumenta la acción del Espíritu Santo en nuestros actos.

La misma santa de hoy, Santa Inés, nos recuerda la importancia del ayuno. Santa Inés desde muy joven ayunaba casi todos los días, dormía en el duro suelo y tenía por almohada una piedra. ¿Hay que hacer lo mismo entonces? Pues no hay que hacerlo por mandato, de hecho nadie nos lo propone así, ni siquiera la Iglesia. No se trata de hacerlo porque es lo que pida Dios o porque sea nuestro deber, sino que es al amar profundamente a Dios, es el buscar ese corazón sincero y contrito que se une a la causa del amor, a la causa de salvar cuantos más hombres posible del pecado, lo que nos mueve, llenos de agradecimiento y necesidad, a la ofrenda de nosotros mismos, no sólo en el ofrecimiento de los problemas y dificultades de cada día, sino en poner a los pies de Dios nuestra necesidad más básica de alimentarnos, de gustar la comida variada, de los caprichos diarios, etc. para encontrarnos en un pedacito de esa cruz cara cara con el dolor de amor por los demás.

Desde AyunoXti os invitamos a uniros al ayuno a pan y agua de los miércoles y al rezo del rosario por las intenciones que nos llegan. Es un gran bien para cada uno, pero también un gran acto de caridad para con los hermanos. Es algo que enterneces el corazón de Dios y le muestra nuestro desarraigo a nuestras necesidades y comodidades.
Sólo es cuestión de empezar. ¡Ánimo!

Paz y bien.

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Fuentes: